06 octubre 2014

Margot Soria, la vicepresidenciable que desea una Bolivia ecologista



Margot Soria Saravia es una marxista rara. En su casa, una imagen de la Virgen de Copacabana domina la sala. “Durante la dictadura de (Hugo) Banzer decía: ‘Dios mío, sálvame’, y aunque perdí dos hijos, sigo aquí”, afirma a sus 64 años, dispuesta a librar otra batalla en procura de ser elegida vicepresidenta por el Partido Verde de Bolivia (PVB).

Contraria a muchos marxistas que no creen en Dios, Soria cambia periódicamente las flores y las velas al altar de su sala donde la Patrona de Bolivia descansa. Durante los ocho años del gobierno militar (1971-1978), la extinta Dirección de Orden Político (DOP) la tenía fichada como “Roja Activista de Primera Línea”, por ello dejó su familia a los 19 años, para no dañar a los suyos, y en ese periodo vivió en la clandestinidad.

“Soy una marxista rara. En tiempos difíciles construí mi fe y por eso creo en Dios”, señala detrás de un cuadro del Che Guevara, el ícono revolucionario.

Soria es docente de Trabajo Social desde hace 36 años en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y si bien su agenda estaba llena, la candidatura a la vicepresidencia por el Partido Verde de Bolivia hizo que su rutina cambiara. Actualmente se encuentra con permiso de la casa de estudios paceña, sin goce de haberes, para dedicarse de lleno a la campaña política y, por ello, anda en reuniones, entrevistas con medios y viajes al interior. Animal Electoral de La Razón la acompañó el jueves en “Un día con la candidata”.

Son las 08.15. Hace frío, el sol sale tímidamente y Soria recibe con una sonrisa a este medio en su departamento de Miraflores, donde vive junto a su hija Mayara, de 24 años y su esposo Mario Vargas, un médico cirujano. El nombre de su retoño significa “reina del agua”.

Soria se despierta a las 05.00, pero se levanta a las 06.00, y mediante uno de sus dos iPods revisa desde su cama las noticias de la prensa nacional, alista su agenda, lee sus correos electrónicos y toma apunte de qué colgar en las redes sociales donde el PVB también tiene presencia.

Sentada en la sala junto a su hija, hace un repaso de su vida política. Viene de la generación que resistió a la dictadura militar de Banzer, fue una de las tantas universitarias de la UMSA que plantaban cara a la represión en las calles de la ciudad de La Paz; peleó junto a otros que fueron exiliados y estuvo también al lado de quienes después desaparecieron.

Son las 08.45. La mesa está servida. Panecillos, mermelada, mantequilla, leche, café y té esperan en el desayuno. Soria revela que sus frutas favoritas son las manzanas, las mangas y las frutillas. Mientras come, revisa otro iPod. Recuerda que en los años 70 fue una de las fundadoras del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En esa época de su vida, la joven Margot se reunía con sus compañeros en casas de monjas, iglesias y captaba nuevos militantes en la cancha del Kilómetro 7 de Pura Pura, donde los fabriles, entonces la gran fuerza obrera, se reunían en la Liga Fabril. “Había muchos buzos (espías), por eso íbamos a la cancha a conocer a nuevos dirigentes”.

Eran también los tiempos en que los jóvenes activistas usaban un santo y seña antes de ingresar a una reunión, porque la DOP, un instrumento represor del gobierno de facto, estaba siempre al acecho. “Por ejemplo, jalar una o dos veces la cortina o apagar la luz significaba que había que alejarse, porque los agentes estaban por el lugar”, revela. Gracias a las contraseñas, Soria evitó ser apresada en dos ocasiones. Un triste destino que sufrieron sus amigos Carlos Byron, Ana y Alejandra.

Durante esa década, su madre, quien trabajaba en la Policía, fue convocada por el Comando Nacional y se enteró de que su hija era la buscada “Roja Activista de Primera Línea”, ésta fue la razón por la cual pasó a la clandestinidad.

Son las 08.55. Mientras termina el desayuno, recuerda el gran dolor que sintió al perder a sus dos hijos. En esos tiempos, estando ya embarazada, Soria vivía en una iglesia de Vino Tinto escapando de la DOP. Solo comía arroz y huevo. Luego nació su hija, pero murió al poco tiempo. Posteriormente se embarazó por segunda vez y también perdió al bebé, tras escapar de los controles de la DOP gracias a un camión arenero en Potosí.

Sale del departamento rumbo a su oficina que por estos meses se convirtió en casa de campaña.

Son las 09.15. El radiotaxi se dirige al edificio Blancos Lirios de la calle México. Soria cuenta que después de esa época de activista y el cambio de discurso que dio el MIR, de Jaime Paz, dejó la política, para convertirse en ambientalista.

Hace 25 años, mientras daba clases y lograba el doctorado en Ciencias Sociales, asumió como filosofía de vida el ambientalismo. Comenzó con un proyecto de reforestación, compraba arbolitos y los plantaba en Oruro, intentaba generar microclimas en áridos lugares. Simultáneamente empezó a reciclar papel. Ahora cada vez que va al mercado lleva sus propias bolsas de tela y evita las de nailon. Eso no es todo. Igual racionaliza al máximo el uso del agua y de la luz. Su hija le sigue los pasos: es vegetariana y maneja bicicleta.

Son las 11.00. Soria continúa reunida con los candidatos de su partido. Sale un momento y presenta a Cristian Vera y Adelaida Salazar, fundadores del PVB, el 9 de agosto de 2007, quienes ahora aspiran a ser diputados. A unos metros nada más está Carlos Soria, su hermano y jefe de campaña. Carlos, Margot y Reyna, su otra hermana, se hicieron ecologistas hace más de dos décadas.

Identificada con el Partido Verde Francés, Soria insiste en que el nuevo paradigma mundial es el ecologismo y ya no el neoliberalismo, por eso apuesta por un desarrollo sostenible, por la complementariedad, la reciprocidad y el comunitarismo. “El hombre debe restablecer su armonía con la naturaleza”, resume, mientras sale para dar una entrevista a PAT.

Son las 12.15. El postulante a la presidencia, Fernando Vargas, llega con unos plátanos. “Son más ecológicos que las tucumanas”, lanza el hombre que lideró la VIII y IX marchas por el TIPNIS. En la reunión se eligen a los delegados ante el Tribunal Supremo Electoral, y cómo y dónde se hará el cierre de campaña. Entre los asistentes hay ingenieros ambientales y forestales.

Son las 13.15. Soria sale de sus interminables reuniones, baja a pie los tres pisos y en la calle toma un radiotaxi, esta vez junto a la activista Marilú Escóbar. El destino es La Casa de los Ningunos, en el barrio de Sopocachi. Allí, unos baners con fotografías de las consecuencias del cambio climático en el lago Titicaca, la sequía en Villa Montes (Tarija), entre otras, reciben a los visitantes. Una niña juega en un columpio, rodeada de árboles y al centro, en el comedor, jóvenes hacen fila para disfrutar de un salpicón de coliflor y zanahoria, y ensalada de lentejas.

Es la primera vez que Soria viene al lugar, pero se siente como pez en el agua rodeada de letreros que dicen: Por una nueva relación con la Madre Tierra, Contra los transgénicos y Contra la comida rápida y chatarra.

Son las 13.45. Soria degusta las ensaladas y aunque admite comer carne, prefiere los vegetales y escucha a los muchachos que organizan un Festival de Comida Consciente. El grupo es un colectivo identificado con las causas ambientales y Soria oye con entusiasmo y atiende otra entrevista de un tesista sobre el “vivir bien”.

Son las 14.30. Después de almorzar, todos hacen fila, pero esta vez la cola es para lavar los platos, los cubiertos y los vasos. La candidata espera su turno y comenta que el reciclaje del agua es vital.

Son las 15.30. Soria debe estar nuevamente en la oficina y más tarde, a las 17.30, debe atender una entrevista para otro canal de televisión. En el retorno desde Sopocachi, se queda pensando en un dato que escuchó mientras almorzaba y hablaba con Amos Batto, un especialista estadounidense ambientalista, quien le dijo que “cada boliviano produce al menos un equivalente al 80% de toneladas de dióxido anuales de carbono, 50% más del que un estadounidense provoca y cuatro veces más que un ciudadano europeo”. Por eso, afirma: “Somos verdes por una Bolivia ecologista”.

Son las 16.00. Nuevamente en la oficina reunida con los militantes, constata que faltan manos para la campaña. “Anoche solita fui a pintar las paredes en El Alto”, se queja Angélica Sarsuri, mujer de pollera que como todos lleva una camiseta con un girasol en el pecho, un símbolo ecologista.

Son las 17.00. La postulante encarga cartas, da instrucciones, llama por teléfono, revisa su iPod y vuelve a entrar a otra reunión. Afuera, un representante de los carniceros y un vecino de San Sebastián esperan reunirse con ella. Pese a no ser favoritos en las encuestas, Soria cree que lo visto al mediodía no hace más que reforzar que el ecologismo llegó a Bolivia para quedarse. “Vimos a jóvenes que ya practican la complementariedad y reciprocidad, respetando la naturaleza, sin querer se pusieron la camiseta verde, como muchos que lo harán el 12 de octubre”.


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