19 junio 2025

Bolivia rumbo a 2025: una nación rota, un voto incierto y una política sin brújula

 A menos de un año de las elecciones generales de 2025, Bolivia transita una de las coyunturas más complejas y fragmentadas de su historia reciente. Así lo evidenció el profundo y ágil diálogo entre el analista político Armando Ortuño y el encuestador Julio Córdoba en el programa “Entre Caníbales”, donde se expuso un panorama político y social marcado por la desilusión, el desgaste del oficialismo y la orfandad de liderazgos en el bloque popular.

Julio Córdoba retrató la Bolivia actual como una nación fracturada por dos clivajes principales: uno social, entre clases medias urbanas y sectores populares, y otro regional, entre tierras altas y tierras bajas. Estos quiebres no han sido superados desde la crisis de 2019 y continúan condicionando las percepciones ciudadanas.

Ortuño, por su parte, habló de una Bolivia que ha perdido algo esencial: la esperanza. Tras un “decenio de oro” (2006–2015), caracterizado por movilidad social ascendente y redistribución del excedente del gas, el país ingresó en una fase de descomposición del proyecto del MAS. Tanto Córdoba como Ortuño coincidieron en que el ciclo histórico del Movimiento al Socialismo parece estar llegando a su fin, no solo por el agotamiento económico, sino también por el deterioro de su base organizativa y la cooptación de sindicatos.

Pero, ¿se ha terminado realmente el masismo? Ortuño introduce un matiz clave: el proyecto estatal del MAS podría estar colapsando, pero su cultura política —estatismo, demanda de protección estatal, rechazo al liberalismo— continúa fuertemente arraigada, especialmente entre los sectores populares.

Un dato llamativo: cerca de dos tercios del electorado boliviano pertenece a sectores populares que aún mantienen una cultura política estatista. En contraste, las clases medias —que representan un tercio del padrón— se mueven en un péndulo ideológico, entre el deseo de un Estado fuerte y el impulso neoliberal del emprendedurismo.

El escenario electoral actual es incierto. La aprobación del presidente Luis Arce se ha desplomado a niveles históricos, impulsada por una crisis económica visible: escasez de combustibles, inflación y caída del poder adquisitivo. Aunque Córdoba descartó que el MAS tenga posibilidades de renovar su hegemonía bajo el liderazgo de Arce o Del Castillo, todavía ve potencial en la figura de Andrónico Rodríguez, siempre y cuando logre distanciarse del gobierno y canalizar la necesidad de renovación.

La gran pregunta es si Bolivia seguirá un camino similar al de Ecuador —polarización entre masismo y antimacismo— o si más bien derivará en un escenario tipo Perú: una atomización del voto sin liderazgos claros ni mayorías consistentes.

Finalmente, ambos expertos coincidieron en un punto crucial: la demanda ciudadana por renovación no es necesariamente una demanda por juventud, sino por credibilidad, protección y soluciones reales a los problemas cotidianos. La economía es el tema central del momento, pero no puede ser abordado sin políticas sociales claras que respondan al sentimiento de orfandad y desprotección que marca el humor social.

A pocos meses de las elecciones, el país se enfrenta a una disyuntiva entre nostalgia y renovación, entre fragmentación y recomposición. Una elección que no solo definirá quién gobierna, sino también cómo Bolivia entiende el poder, la representación y la esperanza de futuro.

Bolivia entre dos visiones económicas: Estado o mercado ante la crisis estructural

 En un momento crítico para la economía boliviana, el programa Entre Caníbales reunió a dos referentes del debate económico nacional: José Gabriel Espinoza, exdirector del Banco Central y liberal confeso, y Omar Velasco, exviceministro de Economía y defensor del modelo estatal, para confrontar visiones sobre la raíz y el futuro de la crisis.

El colapso de la renta gasífera

Ambos economistas coincidieron en un punto central: Bolivia está enfrentando una crisis estructural marcada por el agotamiento del superciclo de los hidrocarburos. La caída de las reservas internacionales, de $15.000 millones en 2014 a menos de $2.000 millones en 2023, es el símbolo más evidente de esta debacle. Gabriel Espinoza denunció que el MAS desperdició la bonanza gasífera sin diversificar la matriz productiva ni invertir oportunamente en exploración, mientras que Velasco defendió la nacionalización de 2006 como base de un ciclo virtuoso de inclusión social y expansión de infraestructura educativa y sanitaria.

Dos narrativas, una realidad: la economía en picada

Velasco argumentó que el modelo de economía estatal permitió avances sociales sin precedentes: reducción de la pobreza, ampliación de la cobertura educativa y un sistema de salud universal. Reconoció, sin embargo, la lentitud en la transición hacia una economía diversificada, agravada por la interrupción del proceso durante la gestión transitoria de 2020 y la pandemia.

Por su parte, Espinoza remarcó que el problema no fue la falta de recursos, sino su mala asignación. Según su análisis, se impuso una visión paternalista del Estado que desincentivó la inversión privada, bloqueó reformas estructurales clave (como la educativa) y exacerbó la informalidad. Para él, el Estado se convirtió en un obstáculo para el desarrollo.

¿Quién paga la factura?

Ambos reconocieron que los logros sociales de la década pasada están en riesgo. Velasco advirtió que si no se recuperan ingresos a través de nuevas fuentes —como el litio—, se perderá la capacidad del Estado para sostener sus políticas redistributivas. Espinoza, en cambio, insistió en que es hora de dejar atrás el "estatismo nostálgico" y apostar por un nuevo contrato social basado en productividad, calidad educativa y reglas claras para el mercado.

¿Hay salida?

En el tramo final, la conversación viró hacia soluciones. Velasco pidió una política de Estado sobre el litio y el impulso de la industrialización como nueva base del modelo. Espinoza respondió que sin institucionalidad, sin Estado eficiente y sin confianza en el sistema, ninguna renta servirá. Ambos, desde perspectivas distintas, admitieron la necesidad de corregir errores y buscar consensos mínimos.

Conclusión

El debate no ofreció un diagnóstico común ni una fórmula consensuada, pero sí dejó en claro que Bolivia enfrenta una encrucijada histórica. El país debe elegir entre seguir postergando decisiones estructurales o asumir con valentía el costo de una transición. Lo que está en juego no es solo la estabilidad macroeconómica, sino el futuro social de millones de bolivianos.


18 junio 2025