A menos de un año de las elecciones generales de 2025, Bolivia transita una de las coyunturas más complejas y fragmentadas de su historia reciente. Así lo evidenció el profundo y ágil diálogo entre el analista político Armando Ortuño y el encuestador Julio Córdoba en el programa “Entre Caníbales”, donde se expuso un panorama político y social marcado por la desilusión, el desgaste del oficialismo y la orfandad de liderazgos en el bloque popular.
Julio Córdoba retrató la Bolivia actual como una nación fracturada por dos clivajes principales: uno social, entre clases medias urbanas y sectores populares, y otro regional, entre tierras altas y tierras bajas. Estos quiebres no han sido superados desde la crisis de 2019 y continúan condicionando las percepciones ciudadanas.
Ortuño, por su parte, habló de una Bolivia que ha perdido algo esencial: la esperanza. Tras un “decenio de oro” (2006–2015), caracterizado por movilidad social ascendente y redistribución del excedente del gas, el país ingresó en una fase de descomposición del proyecto del MAS. Tanto Córdoba como Ortuño coincidieron en que el ciclo histórico del Movimiento al Socialismo parece estar llegando a su fin, no solo por el agotamiento económico, sino también por el deterioro de su base organizativa y la cooptación de sindicatos.
Pero, ¿se ha terminado realmente el masismo? Ortuño introduce un matiz clave: el proyecto estatal del MAS podría estar colapsando, pero su cultura política —estatismo, demanda de protección estatal, rechazo al liberalismo— continúa fuertemente arraigada, especialmente entre los sectores populares.
Un dato llamativo: cerca de dos tercios del electorado boliviano pertenece a sectores populares que aún mantienen una cultura política estatista. En contraste, las clases medias —que representan un tercio del padrón— se mueven en un péndulo ideológico, entre el deseo de un Estado fuerte y el impulso neoliberal del emprendedurismo.
El escenario electoral actual es incierto. La aprobación del presidente Luis Arce se ha desplomado a niveles históricos, impulsada por una crisis económica visible: escasez de combustibles, inflación y caída del poder adquisitivo. Aunque Córdoba descartó que el MAS tenga posibilidades de renovar su hegemonía bajo el liderazgo de Arce o Del Castillo, todavía ve potencial en la figura de Andrónico Rodríguez, siempre y cuando logre distanciarse del gobierno y canalizar la necesidad de renovación.
La gran pregunta es si Bolivia seguirá un camino similar al de Ecuador —polarización entre masismo y antimacismo— o si más bien derivará en un escenario tipo Perú: una atomización del voto sin liderazgos claros ni mayorías consistentes.
Finalmente, ambos expertos coincidieron en un punto crucial: la demanda ciudadana por renovación no es necesariamente una demanda por juventud, sino por credibilidad, protección y soluciones reales a los problemas cotidianos. La economía es el tema central del momento, pero no puede ser abordado sin políticas sociales claras que respondan al sentimiento de orfandad y desprotección que marca el humor social.
A pocos meses de las elecciones, el país se enfrenta a una disyuntiva entre nostalgia y renovación, entre fragmentación y recomposición. Una elección que no solo definirá quién gobierna, sino también cómo Bolivia entiende el poder, la representación y la esperanza de futuro.
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