27 enero 2017

José Luis Exeni: 'No hay proceso que tenga garantizado el voto'



El vocal del Tribunal Supremo Electoral (TSE) José Luis Exeni hace poco publicó, en forma de libro, su tesis doctoral sobre la “democracia pactada” vigente en el país entre 1985 y 2003, un texto que acabó justo un mes antes de la crisis de octubre de 2003; lo que “empezó siendo un examen, terminó convertido en una autopsia”, bromea. Pero he ahí la historia, que para eso sirve estudiar el pasado, Exeni reivindica la utilidad de su texto en el sentido en que allí se reflexiona acaso el habitus electoral boliviano, con sus miserias y sus grandezas, y que hoy mismo, tras 13 años del susodicho velorio, aún podemos aprender de ese periodo para comprender el actual.

— La ‘democracia pactada’, hoy una mala palabra...

— La “democracia pactada”, primero, permitió superar lo que se llama el “trauma de la ingobernabilidad” heredado del régimen de la UDP, que puso en mesa una evidencia: que es muy difícil que un gobierno que no cuenta con mayoría parlamentaria, o peor, que tiene una mayoría opositora, pueda tener espacios más o menos razonables de gobernabilidad. Se generan situaciones de bloqueo institucional, de conflicto y de parálisis, como pasó en el gobierno de la UDP. Así, se asumió como premisa que un gobierno que quiere tener estabilidad debe tener mayoría parlamentaria; y, en ese momento, la única forma de obtener mayoría parlamentaria —porque básicamente todos eran perdedores de elecciones— era sumar fuerzas y hacer coaliciones multipartidistas; y esas coaliciones dieron un horizonte de estabilidad: permitieron importantes reformas político-institucionales, la del 91, 92, dos reformas constitucionales, varias reformas electorales. Por supuesto que esas coaliciones tenían en sí mismas el “germen de su autodestrucción”: lo que pudo ser virtuoso en términos de conformar mayorías para formar gobierno e impulsar políticas, también tuvo su vicio y perversidad en hacer estas coaliciones para copar el Estado y distribuirse cuotas de poder; la lógica del “peguismo”, del asalto al Estado, que devino en la idea de que la democracia se había vuelto una partidocracia.

— Hugo Carvajal, el dirigente mirista, dice en una de sus entrevistas: ‘había estabilidad política, pero ya no eficiencia administrativa’

— Así es. En un lado había estabilidad política, porque se podían tomar decisiones; y en el otro existían dos problemas: uno de legitimidad, porque se empezó a cuestionar a estas coaliciones por el cuoteo político; y un problema de eficiencia. Quien mejor retrata eso es (Carlos) Mesa, que dice: se empezó a aplicar la lógica de las mil hojas: uno (una hoja) de un partido, luego el otro (otra hoja) del otro partido, luego del otro y del otro... y así era muy difícil generar una gestión pública eficiente, y derivó en lo que derivó el 2003: la coalición de gobierno tenía más de dos tercios en el parlamento, MNR, MIR, NFR, pero igual naufragó el modelo, porque no fue capaz de llevar adelante una gestión pública eficiente y con legitimidad, y dar cuenta de lo que estaba pasando en las calles. En algún momento este modelo se divorció de lo que estaba pasando en las calles, bajo la lógica de la gobernabilidad sistémica, asentada solo en mayorías parlamentarias. Sobre todo a partir de 2000, con la “guerra del agua”, hubo un quiebre: eran como dos mundos paralelos, el de la política institucional y otro de la política en las calles.

— Distorsión o degeneración de ese sistema, afirma, fue el parlamento subordinado al Ejecutivo; los ‘levantamanos’...

— Sí, una de las cualidades de los gobiernos de coalición es que tienen que garantizar la disciplina partidaria, porque eso implica que todas las políticas del Ejecutivo son avaladas y encaminadas por el Congreso nacional. Efectivamente eso ocurrió, el Congreso se convirtió en algún momento en apéndice del poder Ejecutivo, tenía una lógica de subordinación, y eso también distorsionó el principio de coordinación, de autonomía, de independencia de poderes. Ahora, ese en general es un rasgo del presidencialismo, no necesariamente está asociado a un modelo de coalición; hay gobiernos que son mayoritarios que también mantienen la misma lógica de un parlamento que simplemente avala las decisiones del Ejecutivo. Yo creo que hay el reto democrático, el reto de legitimidad, se tiene que buscar un equilibrio entre garantizar una mayoría parlamentaria que encamine las principales políticas públicas y las leyes, pero al mismo tiempo tenga la suficiente autonomía como para fiscalizar, proponer; tener su propia agenda legislativa. Sigue siendo una asignatura pendiente, no solo de ese momento, sino también en el presente.

— Una de las cosas que no ha cambiado y está presente hasta hoy es el presidencialismo

— Lo que se mantiene, no solo para Bolivia, sino para América Latina, es el presidencialismo, que ha sido copiado del presidencialismo norteamericano, mal copiado. En algún momento hubo algunos debates, en Brasil, Uruguay, en Bolivia también, donde se planteó la posibilidad de transitar hacia el parlamentarismo, pero en ningún caso se lo hizo; en todos los países de Sudamérica se mantuvo el presidencialismo. ¿Qué fue lo que cambió? Dentro del presidencialismo, que básicamente se caracteriza por el presidente elegido directamente en las urnas, que el parlamento también sea elegido en las urnas, por eso se habla de legitimidad dual; lo que ha cambiado es que en algún momento fue presidencialismo de coalición, como se lo identificó, versus lo que hoy es un presidencialismo mayoritario, que no requiere de coaliciones multipartidistas, sino que por sí mismo, con un partido que gana sucesivamente elecciones, puede gobernar. Ahora, por supuesto se mantiene la tradición de un presidente fuerte, que tiene poderes de veto, de decreto; habrá que evaluar qué implica esto para la propia gestión de gobierno y para la propia democracia.

— ¿Será nuestra cultura política?

— Es parte de la cultura política, y eso es parte de la región. Es más, en parlamentarismos europeos más bien lo que se ha estado haciendo casi es ver modelos mixtos que tienen mucho de presidencialismo. Creo que la idea o la necesidad de un liderazgo fuerte es parte de la cultura política; habrá que ver cómo, otra vez, se equilibran esos liderazgos fuertes, que son importantes, con instituciones también sólidas que puedan generar mecanismos de pesos y contrapesos.

— ¿En qué medida ha tenido que ver la debilidad, la crisis, de los partidos en la crisis de la democracia pactada?

— Ha sido esencial. Ha sido detonante, o sea, causa; pero además ha sido consecuencia de la propia crisis del modelo. A partir del 85, con la democracia pactada, se fue construyendo difícilmente un sistema de partidos. ¿Cuál era la característica de este sistema? Es que tenía una convergencia hacia el centro, y asentada en esta relación entre democracia representativa y neoliberalismo económico; y este sistema lo que hacía era alentar y reproducir eso, independientemente de quién sea presidente. Y la segunda cualidad era que como todos convergían al centro, todos podían aliarse con todos, o cualquiera con cualquiera; se borraron o se difuminaron por lo menos las fronteras ideológicas, los horizontes programáticos, y al final todos terminaron aliándose con todos; la última coalición, la de 2002 era la que faltaba: MNR-MIR, ya hubo coaliciones MNR-ADN, ADN-MIR. Fuera del país se celebraba: ‘somos tan maduros’. Pero aquí se decía: son coaliciones no solo contranatura, sino promiscuas; pero todo eso se hizo trizas a partir de 2002, primero con la emergencia e irrupción del MAS y NFR. Y ya fue muy claro el derrumbe en 2005, cuando el MAS ganó por mayoría absoluta.

— Pero parece que siempre hay las condiciones para que volvamos al sistema de partidos minoritarios

— Tiene que ver con el comportamiento electoral; hasta hoy hemos tenido tres elecciones, 2005, 2009, 2014, donde la ciudadanía en elecciones plurales, competitivas, ha dado el mandato mayoritario al MAS y a Evo Morales; pero eso, los ciclos históricos, puede variar con relación a las correlaciones de fuerza, a las candidaturas o a las propuestas programáticas. Entonces, pueden darse las dos cosas: o continuar durante un periodo de tiempo, o resultar que ya no se dé un mandato mayoritario, sino mandatos minoritarios. La Constitución prevé que no necesitas 50% más 1, sino también 40% con una diferencia de 10 puntos con respecto al segundo, para llegar directamente a la presidencia.

— ¿Esto cuestiona aquello del voto duro, del voto siempre leal?

— Hay un capítulo en que veo el comportamiento electoral, veo diferentes cualidades del voto. Efectivamente hay un voto duro, leal por una candidatura o una organización política, pero también hay otras formas de expresión del voto. Hay un voto estratégico, se ha demostrado en diferentes procesos electorales que el electorado boliviano es uno estratégico, no necesariamente vota en un mismo sentido, cruza su voto; o puede votar en una dirección en una elección general, y en una dirección distinta en una elección regional, como ha ocurrido en 2010 y en 2015; se dan casos de voto útil, voto a ganador; además existen casos de voto castigo. Es complejo el comportamiento electoral, mal haríamos en identificarlo con una sola cualidad. Es algo que va dependiendo de cada proceso. No hay un proceso que tenga garantizado el voto, hay que gestionarlo, trabajarlo, seducir en las campañas con las propuestas programáticas, con las visiones del país.

— Ahora, la democracia pactada persiste en las regiones, afirma

— Más que democracia pactada, que es un modelo que ya colapsó, yo hablo de que lo que persiste es el pacto democrático. Y digo que ya en esta etapa de un solo partido ya hubo pactos sustantivos entre gobierno y oposición, para encaminar la Asamblea Constituyente, para aprobar la nueva Constitución, para reformarla, para convocar a un referéndum revocatorio. Y efectivamente esta lógica de coaliciones multipartidistas se expresa en algunas asambleas departamentales. También hay organizaciones sociales que están pactando para incidir en las políticas, tener cuotas de poder. Eso es parte de la democracia, habrá que ver que no distorsione la gestión ni atente la legitimidad del proceso mismo.

— Plantea que los partidos ya no son los únicos actores

— Sí, y esa es la buena noticia. Hoy ya no podemos hablar solamente de sistema de partidos, hay que hablar de un sistema de representación política, que por supuesto incluye a los partidos, pero también a las agrupaciones ciudadanas, a las organizaciones indígenas, a las sociales; es decir, ya no se hace política solo vía partidos, sino a través de otras expresiones, de mediación, un sistema de representación más complejo, pero también más participativo.

— Es saludable…

— Sí, porque ya no solamente te limitas a la política institucional, sino abres a lo extrainstitucional, a veces lo antiinstitucional, pero generas mecanismos mayores de participación. Y el segundo dato es que nuestra democracia ya no se define solo como una democracia electoral, donde la ciudadanía va y vota, y a veces elige, sino como democracias en ejercicio. Hoy no podemos hablar de un modelo de democracia al que hay que llegar, sino hablamos de una disputa permanente por la construcción democrática; y esto es saludable porque no existe una democracia dada de una vez y para siempre, lo que hay es un proceso de democratización, que hay que construirlo, que hay que disputarlo, que tiene que estar expresado en las instituciones, que da cuenta de las energías y las voluntades de la sociedad y de los diferentes liderazgos que se van construyendo.

Perfil

Nombre: José Luis Exeni Rodríguez

Nació: 10-04-1965

Profesión: Comunicador, politólogo

Cargo: Vocal del Tribunal Supremo Electoral

Vida

Tiene un posdoctorado en Constitucionalismo y Democracia y en Ciencia Política; es magíster en Ciencias Sociales. Fue presidente de la Corte Nacional Electoral y miembro del Consejo de Expertos Electorales de Latinoamérica (Ceela). Escribió, entre otros: MediaMorfosis. Comunicación política y gobernabilidad en democracia (2005), La larga marcha. El proceso de autonomías indígenas en Bolivia (2015), Democracia impactada. Coaliciones políticas en Bolivia 1985-2003. (2016).


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