05 julio 2020

La alianza Juntos entra en crisis El Gobierno de Doria Medina

Samuel Doria Medina lleva candidateando a la Presidencia desde 2005, aunque hay quien recuerda viejos capítulos en el MIR de Jaime Paz en las que ya se aireaban las intenciones. Su mejor resultado fue en 2014 con un raquítico 24% luego de cinco años predicando la “unidad de la oposición”, que acabó dinamitando él al correr a los brazos de los Demócratas de Rubén Costas y dejando colgado, entre otros, al MNR, que por su parte corrió a rescatar a Tuto Quiroga, candidato por el PDC, que cerró con un 9 por ciento. Entre ambos le brindaron en bandeja su segunda mayoría de dos tercios a Evo Morales en la Asamblea Plurinacional. Justamente la mayoría de dos tercios que hoy sigue siendo decisiva y enerva especialmente a Arturo Murillo, el ministro de Gobierno y el que mejor interpreta el papel asignado para polarizar con el MAS con la teoría de los dos caminos.

Desde el punto de vista psicológico, los expertos señalan que el empresario excementero parece haber desarrollado una especie de trastorno obsesivo compulsivo, otros le asignan un perfil más maniático. La cuestión es que lleva casi tres décadas obsesionado con llegar al poder, y las concesiones de los últimos meses han podido agudizar su “delirio narcisista” hasta hacerlo impredecible.

Dicen en su entorno que lo del 2014 fue un mazazo inesperado que acabó por agriar más su carácter. Que se volvió aún más calculador y reservado. La irrupción de Tuto a tres meses de las elecciones lo privó de cualquier oportunidad de llegar a una segunda vuelta jamás augurada por las encuestas agudizó su desconfianza en las personas y elevó su particular visión economicista de la vida.

El punto concreto es que vendió la empresa que algún día fue de todos los bolivianos a capitales extranjeros y, todavía, a través de una empresa pantalla en un paraíso fiscal. Su justificación fue la de dedicarse en cuerpo y alma a la política, sin distracciones. Derrotar a Evo Morales pasó a ser su misión vital.

El empresario ya se había rodeado de colaboradores eficientes pero incapaces de llevarle la contraria. Doria Medina, al contrario de lo que recomiendan los estrategas políticos, sí toma decisiones de campaña y de acción y tiene la última palabra en todo, pues se niega a delegar incluso aspectos de contexto y rechaza las informaciones que le recomiendan, por ejemplo, no candidatear.

Arturo Murillo, hoy ministro de Gobierno, ha sido uno de sus grandes acompañantes de vida política y ejemplifica el prototipo de colaborador de Doria Medina, al que él mismo denominaba “el bolas” en un audio que se hizo célebre por eso y no por la intimación que se hacía a una mujer supuestamente víctima de violencia a retirar la denuncia so pena de “mandarla a Trinidad”.

Tras dejar Soboce en manos extranjeras, Doria Medina se concentró en la campaña sobre todo a partir de la derrota del MAS en el referéndum de 2016 y nunca abandonó sus medios de comunicación pese a la sordidez de las encuestas que periódicamente se publicaban. Hay quien le atribuye a Doria Medina el “exitoso” caso Zapata, más explotado en su vertiente novelesca que en la económica y que pasó a ser el principio del fin de Evo Morales. Claro que hay otros que recuerdan que no hubo políticos en primera línea de aquella campaña.

Desde aquella victoria, Doria Medina contemplaba atónito como crecía la figura electoral de Carlos Mesa y como “sus propios medios” lo volvían a incorporar a las encuestas con una más que evidente intención. Cuando después de dos años clamando de nuevo por la unidad y solo una semana después de la derrota en La Haya vio por YouTube como Mesa se adelantaba renegando de los políticos y lanzando su candidatura, a Doria Medina se le movió el piso, pero decidió avanzar.

El MAS había lanzado ya su estrategia de electoralizar rápidamente al país para olvidar la derrota en La Haya y adelantar el debate sobre la postulación de Evo Morales con unas fallidas elecciones primarias que también tenían como fin adelantar las cartas de los rivales. Pese a las encuestas, Doria Medina volvió a correr a los brazos de los Demócratas de Rubén Costas, que también habían quedado malparados con el paso de Carlos Mesa y con los propósitos excluyentes de su campaña.

La alianza se dio: Bolivia Dice NO, pero Doria Medina quería ser candidato y Rubén Costas no quería que lo fuera. Antes de competir en lo que parecía una reñida primaria, Doria Medina optó por bajarse de la alianza dejando sólo a Óscar Ortiz y el partido cruceño, e incluso unos meses después dio apoyo explícito a Carlos Mesa.

Doria Medina se fue, pero no se fueron todos. Ahí quedó Arturo Murillo solapado en la fórmula y con muchas ganas de seguir en política. Para unos fue ruptura, para otros: típica estrategia.

Como en 2016, nadie puede aseverar exactamente la mano que jugó Doria Medina en el resultado electoral del 20 de octubre ni en los hechos posteriores hasta el 10 de noviembre. Hay mito, leyenda y unas ganas grandes de asumir protagonismo de casi todos los que estuvieron y los que no estuvieron. Como fuere, el 12 de noviembre Arturo Murillo le sujetaba el micrófono y le daba consejos a la recién proclamada Presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez.

Algunos ya vieron en aquella escalinata a una candidata. Doria Medina seguramente vio un nuevo rival para sus aspiraciones vitales. Las semanas pasaron deprisa y la fecha electoral se fijó para el 3 de mayo. Jeanine Áñez desveló el misterio que ya todos sabían el 24 de enero, una semana después, Doria Medina apareció como sorprendente compañero de fórmula. “Era la unidad posible con la que tanto tiempo había soñado, pero eran también los mismos de siempre”, advierte uno de los estrategas que se apartó tras la operación de Doria Medina.

Para entonces ya apenas quedaba rastro del “camachismo” en el gabinete, y poco a poco fueron entrando los peones de Doria Medina en la acción – algunos fríamente negados como Geovanni Pacheco - aprovechando también de las tiranteces entre los Demócratas de Rubén Costas y Ernesto Suárez y los nuevos Demócratas de Jeanine Áñez y Yerko Núñez. El papel de Murillo en esta mano, influyente en el desencuentro, no parece estar bien ponderado.

La inclusión de Ortiz en el gabinete y con misión específica de vocería fue otra concesión de Áñez para con Costas y para aplacar la creciente influencia de Doria Medina, que en las últimas semanas, tras asegurar que no se metería en la gestión transitoria, tuitéa prácticamente como Presidente in péctore y detalla los programas presidenciales en televisión. Era visto Presidentes haciendo campaña con su gestión, pero no a candidatos haciendo campaña con gestión ajena. Cosas de la pandemia, dicen los defensores, y de las necesidades.

Cuando Murillo habla de una “oferta irrechazable” para confluir la candidatura de Juntos con la de Carlos Mesa, parece acción, pero aún más parece reacción. Las encuestas vienen advirtiendo del estado catatónico de una candidatura – la de Juntos – que nunca arrancó como debiera ni en enero, y al real polítik advierte que hay más posibilidades de flexibilizar espacios en la candidatura de Comunidad Ciudadana, incluyendo la Vicepresidencia que alguna vez quiso Ernesto Suárez, que en la de Juntos.

Doria Medina hace tiempo que dejó de exteriorizar sus preocupaciones. Arturo Murillo es todavía el “mejor paladín” de la candidatura que encabeza Áñez y sostiene la ambición de Doria Medina. La “oferta irrechazable” puede, en realidad, ser la última opción para mantener a flote el buque de Juntos que se empezó a hundir justo una semana después de su presentación.

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