23 noviembre 2012

Características censales en la Bolivia del siglo XIX

Durante el siglo XIX, en Bolivia se levantaron oficialmente seis censos nacionales de población (1831, 1835, 1845, 1854, 1882 y 1900), al margen de aquellos de tipo “no oficial” realizados por viajeros, generalmente extranjeros, cuyos datos, de seguro obtenidos con mayores limitaciones que los primeros, ilustraban sus informes muchas veces reeditados.
Pero también los censos oficiales tropezaron con grandes obstáculos, principalmente en la recolección o captura de datos. Además que la simultaneidad y la universalidad no fueron precisamente las características de aquellos indicadores demográficos, es de suponer que las dificultades emergieron como consecuencia de las limitaciones existentes en esos períodos: la poca o inexistente red caminera a través del extenso territorio de la república y la presencia de unidades poblacionales dispersas y, por ende, muy distantes unas de otras. Otros elementos que sin duda jugaron en contra de la intención de sumar la integridad de la población nacional fueron, por un lado, que las pequeñas etnias de los llanos orientales mantuvieran su vida de desplazamientos y, por otro, que algunas poblaciones eludieran a los procesos censales por medio de la huida de ciertos conglomerados de individuos, especialmente de tierras bajas.
No obstante los problemas citados, los resultados registrados desde el primer censo al último del siglo XIX (1831-1900) permiten observar cierta evolución, si bien la población boliviana crecía con lentitud —del total de 1.089.000 habitantes registrados en 1831, para el año 1900 el incremento llegó apenas al 1.556.000— e incluso, en determinados momentos, mostraba una tendencia al decrecimiento. Se debe puntualizar, empero, que en los albores de la vida republicana, Bolivia contaba con una extensión territorial de aproximadamente 2.300.000 km2 y una población superior a las de Chile y de Argentina, factores por los cuales era considerado el país más poderoso de Sudamérica, además de haber librado victoriosas batallas (Humahuaca, Iruya y Montenegro, en territorio argentino) con ambos países de manera simultánea durante el Gobierno de Andrés de Santa Cruz. Sin embargo, y paradójicamente, durante el transcurso de algo más de un siglo ambos países lograron un crecimiento espectacular: Chile triplicó su densidad demográfica y Argentina la cuadruplicó. ¿Cómo se puede explicar ese fenómeno? Entre las causas que repercutían en el bajo crecimiento poblacional de Bolivia se asumen una alta mortalidad infantil, como factor interno, y las escasas corrientes migratorias que se asentaron en su territorio, como factor externo, a diferencia de los niveles positivos que registraban los dos limítrofes en esos aspectos.
Por otra parte, la distribución de la población durante el siglo analizado obedecía al curso de los acontecimientos históricos, económicos y políticos. Casi todos los asentamientos prehispánicos de grupos humanos estuvieron ubicados en tierras altas; durante los siglos posteriores, la actividad minera, cuyo enorme potencial económico la convertía en un sector atractivo para los trabajadores, originó una fuerte concentración poblacional en la región cordillerana, donde se desarrollaba. Sin embargo, en el caso de Potosí, ninguno de los censos de la república registró las legendarias cifras de población que se alcanzaron durante la Colonia.
La mayor concentración de habitantes en tierras altas estaba asociada, también, con la aptitud de los suelos para las labores agrícolas, comparable a la de los valles y llanos, cuyas ricas y exuberantes tierras permanecían despobladas y hasta eran desconocidas para la mayoría de los habitantes del país, que tenían la mirada puesta en la minería.
En cuanto a la división territorial con la que trabajaron los agentes censales para la recolección de la información respondía principalmente a dos particularidades que no necesariamente coincidieron entre uno y otro censo. La primera división fue de tipo político-administrativo, en tanto que la segunda se basó en la estructura eclesiástica (por parroquias), y el resultado fue que las áreas poblacionales compuestas por un determinado número de unidades territoriales mostraran grandes variaciones en sus cifras entre uno y otro censo.
Otra de las características de los censos del siglo XIX fue que los gobiernos en los que se ejecutaron mostraron una especial preocupación por estratificar la sociedad según el origen social, el nivel económico y la identidad “racial”.
Para el último caso, la clasificación tradicional asumida era blanca, mestiza, negra e indígena (con algunas variantes, como aborigen o selvático). La aplicación del cuestionario para obtener los datos consignados estaba supeditada al criterio subjetivo y discrecional de los empadronadores, quienes, influenciados por determinados elementos, factores, preconceptos, etc., generalmente discutibles —como sucedía incluso en los censos del último siglo—, clasificaban a la sociedad. Posiblemente los parámetros que apoyaron ese criterio subjetivo fueron, entre otros, el idioma, la vestimenta, la apariencia física y la actividad económica del ciudadano censado. Es decir que se consideraba indígena al que hablara un idioma originario y tuviera su actividad económica en la agricultura. El mestizo era el que podía expresarse tanto en idioma originario como en castellano y desempeñaba actividades u oficios tales como el de zapatero, sastre, carpintero, etc. Mientras que los criterios para clasificar al "blanco" eran vivienda en zona urbana y en calidad de propietario, de buen vestir, con grado de instrucción educativa formal, lo que le permitía desempeñar cargos públicos, policiales y militares de alto rango, o con una actividad económica privada. En todo caso, en el análisis de la construcción social formulada para los censos, es necesario tomar en cuenta los datos previamente indicados y no sólo la tradicional definición genética y pigmentocrática.
Al margen de los evidentes problemas que seguramente se plantearon durante el diseño de los ejercicios censales del siglo XIX, todos, y cada uno con su propias fortalezas y debilidades, son una fuente de datos de indudable valor y, fundamentalmente, de análisis para tratar de comprender el contexto del período en el que tuvieron lugar. Asimismo, es destacable el esfuerzo nacional que se imprimió para vencer el desafío de obtener esos datos demográficos sobre cuya base, y en concordancia con nuestros tiempos, hoy nos toca plantear nuevas interrogantes.

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