La plaza que otrora, en fin de semana, se llenaba de turistas y familias que con sus niños visitaban el lugar para dar de comer a las palomas, sacarse fotografías y pasar un momento agradable, ahora yace solitaria. En tanto, muchas aves, símbolos de la paz, esperan hambrientas a quienes hace semanas las visitaban y alimentaban alegremente.
Durante la semana, se observa un transitar paciente de todos aquellos que no solo trabajan en el centro político y gubernamental, sino también de aquellos que acuden a sus fuentes de trabajo en negocios que se encuentran sin movimiento alguno, ocasionándoles cuantiosas pérdidas económicas.
Detrás de rejas que flanquean el ingreso a la calle Ballivián, se puede ver un campamento improvisado de discapacitados, quienes después de más de treinta días de marcha llegaron a la ciudad, movidos por la angustiosa carencia, total en muchos casos, de asistencia gubernamental, no obstante ser el sector más desvalido de la población.
Detrás de las rejas se pueden observar a decenas de policías muy bien pertrechados, custodiando las puertas, controlando el ingreso de ciudadanos con credenciales u otra prueba para admitir su ingreso a la plaza, otros guardianes simplemente parados afuera o sentados en el interior del Palacio, esperan órdenes. Si otra fuera la lógica elegida, ellos estarían realmente al servicio de la ciudanía o disfrutando con sus familias.
La historia y los sucesos en torno a los conflictos sociales y de Gobierno demuestran que los cercos, muros y obstáculos nunca fueron la solución en los enfrentamientos, al contrario provocaron mayor enfrentamiento y dolor. Después, difícil de subsanar, lo prueba la historia. Las soluciones siempre partieron de la disposición para dialogar, asumiendo la realidad de cada parte, en eventualidades de conflicto.
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