24 junio 2013

Disidencia, el síntoma típico frente al caudillismo de la política boliviana



Wálter Guevara Arze, Hernán Siles Suazo o Juan Lechín Oquendo fueron algunas figuras de las disidencias más sonadas del periodo del nacionalismo revolucionario. En la democracia actual, el desgajamiento del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), la separación de algunas fichas del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y el quiebre de Acción Democrática Nacionalista (ADN)... En el sistema de partidos, la disidencia ha sido una constante, como señal de cuestionamiento a un fuerte imaginario caudillista.

En este momento en que, en una especie de ring mediático, son noticia los desencuentros de facciones del Movimiento Al Socialismo (MAS) y los autodenominados “librepensantes”, entre ellos la expresidenta de la Cámara de Diputados Rebeca Delgado, es propicio echar una mirada al pasado cercano para establecer las posibles razones de una aparente crisis en el partido de gobierno.

Una primera hipótesis es que ese estado de cosas deviene del carácter caudillista de las organizaciones políticas. “La disidencia es un síntoma de la demanda de una mayor participación interna en las organizaciones y una búsqueda de mayor nivel de democracia”, analiza la politóloga cruceña Helena Argirakis, quien además considera que una “mayor participación” sería el contraste cabal del caudillismo.

Algo similar opina la exmirista y ahora analista Érika Brockmann al decir que en Bolivia es “muy fuerte” el culto al personalismo, al presidencialismo. Recuerda que el MIR, tras la debacle de Unidad Democrática y Popular (UDP), tuvo que luchar contra el carisma de Paz Zamora y no supo administrar esa ventaja. En el caso del MIR, además de la personalidad “carismática” del líder partidario, la causa de su desgajamiento fueron las diferencias ideológicas.

Hugo San Martín, que entre 2002 y 2003 siendo diputado del MNR fue un duro crítico de Sánchez de Lozada y su gobierno, cree que en Bolivia no hay un sólo partido que no sea caudillista. Admite que esas disidencias “a veces” ni siquiera se hacen públicas. “Lo ideal sería tener partidos fuertes con democracia interna fuerte”, sugiere el político, que luego de la caída del MNR fue aliado del entonces presidente Carlos Mesa.

Esta última idea es complementaria al planteamiento de Brockmann, que ve que los bolivianos confían en el caudillo o en el presidente y no en las instituciones. “Así se cree que el proceso de cambio no podría continuar con las instituciones ya creadas, sino que Evo Morales es el único que le puede dar continuidad”. Entonces, se entenderá disidencia en dos facetas: una que va en contra de una línea partidaria definida y otra respecto de una coalición gubernamental determinada.

Brockmann explica esa situación a través de la teoría de la “ley de hierro”, de Robert Michels, que señala que no importa qué ideología se proclame, cuando un grupo llega al poder del Estado termina siendo manejado por una cúpula minoritaria. Asimismo, opina que cuando un gobierno llega al poder “siempre cambia de lógica”, pues se ve que “los sueños” no son tan fáciles de ser puestos en efecto. “Entonces los más idealistas, sobre todo los intelectuales, se desencantan y llega la disidencia, lo cual siempre pasó en la política del país”.

Esta última interpretación es comparable con las desinteligencias en el MAS por parte de Raúl Chato Prada, Alejandro Almaraz o Filemón Escóbar. El MIR tuvo una disidencia ideológica con una escisión del MIR en MIR masas y MIR tradicional, pues la primera organización tendió hacia el marxismo.

Hablando de manera general, Delgado afirma que la disidencia se establece en el sistema de partidos. “A mí me llaman disidente porque no salí del MAS, pero hay demasiada intolerancia al cerrar la posibilidad del debate ideológico”.

Admite que la fuerza del proceso es el liderazgo de Morales, que “eso no opaca la calidad del debate político”. Así, contraviene las otras opiniones. Sin embargo, considera que si “el caudillismo se vuelve totalitario, arbitrario, entonces el mismo que creó el movimiento lo destruirá”.UDP. En este contexto, un recorrido por la historia desde la instauración de la democracia en 1982 muestra esta pugna entre líderes y caudillos. El periodista Remberto Cárdenas se suma a este análisis.El de la UDP fue el primer gobierno de la democracia vigente. Aquél estuvo formado por un mosaico de organizaciones vinculadas a la izquierda, pero con grandes diferencias ideológicas.Uno de los principales componentes fue el MIR, cuyo líder, Paz Zamora, era el vicepresidente del gobierno de del exmovimientista Siles Zuazo. Las críticas al manejo “fondomonetarista” de la crisis hiperinflacionaria hizo que todo el MIR diera la espalda al Gobierno. Según Brockmann, la disidencia operó desde el Congreso Nacional, ejerció presión sobre Paz Zamora y le obligó a “abandonar el caudillismo y renunciar a la coalición”.

Cárdenas cuenta que la salida del MIR fue “muy bulliciosa”. Incluso recuerda que el vicepresidente llegó a decir la irónica queja: “El presidente no me manda ni a comprar pan”. Otra disidencia importante que socavó a la UDP y le obligó a acortar su mandato fue la del Partido Comunista de Bolivia (PCB). Si bien no cita nombres, el periodista considera que su acción fue determinante en la crisis política. “El PCB cuestionó el desempeño de la gestión”.

No sólo eso. El MIR tuvo otras divergencias internas más adelante, en 1985. Brockmann cuenta que hubo tres facciones que tomaron rumbos distintos por diferencias ideológicas o personales y “desavenencias fuertes y expectativas de poder”. De una de ellas resultó el Movimiento Bolivia Libre (MBL), liderado por Antonio Araníbar, quien “controlaba toda la parte orgánica del partido” y criticaba la tendencia “nacional revolucionaria” del “líder carismático” Paz Zamora.

Otra fue la del MIR masas, encabezada por Wálter Delgadillo y Juan del Granado (éste, más tarde, fue parte del MBL y fundó el Movimiento Sin Miedo, MSM). Este grupo era más inclinado al comunismo científico, por lo que no comulgaba con Paz Zamora, explica la analista. La tercera es la conocida como el MIR antiguo o tradicional, cohesionada por la figura de Paz Zamora.

El batacazo final lo dio en 2003 Samuel Doria Medina, quien entonces no suponía siquiera la sigla de su actual partido, Unidad Nacional (UN), aunque sí la escisión. “El pueblo le perdonó al MIR el descalabro económico de la UDP, le perdonó también el caso de los ‘narcovínculos’, pero no le perdonó el haber sido partícipe de la ‘masacre de octubre’”, decía el dirigente en una entrevista con el diario La Prensa, en noviembre de 2003.

Y así fue. “Antes, durante y después de esas rupturas, se instaló el debate sobre la cuestión del líder y acerca de la tensión entre jefaturismo e institucionalidad en el MIR. Del mismo modo, se cuestionó la concepción y el funcionamiento de la dirección colegiada del partido”, escribe Brockmann en su libro Partidos políticos y democracia. El MSM y el MIR bajo la lupa.

Con Paz Estenssoro en la presidencia (desde 1985), las disidencias fueron moneda común, aunque pueden ser adjetivadas de “tibias” si se consideran los ejemplos. El líder emblemático del movimientismo tuvo un gabinete de “empresarios e intelectuales de la derecha”, cuenta Cárdenas.

Los llamados emenerristas históricos decían no tener “nada que ver con el gringo Goni, quien fue uno de los que diseñó el Decreto 21060 (que liberalizaba la economía), no obstante, tampoco, llegaron a salirse del MNR ni insistir en la controversia interna”.

De ese tiempo, menciona al entonces ministro de Finanzas Fernando Illanes, quien fue “el promotor” de 70.000 despidos de trabajadores públicos, aunque se retiró sin llegar a la meta: 100.000 cesaciones. “Se fue sin decir nada, aunque se habló de divergencias... Parece que las disidencias en la democracia se callan”.

Entre estas desavenencias, Brockmann señala las de Guillermo Bedregal y Reynaldo Peters. Luego, durante el primer gobierno de Sánchez de Lozada, se repetiría la controversia, pues las “políticas neoliberales” no eran bien vistas “ni siquiera por el MNR del 21060”. No obstante, estas voces contrarias tampoco salieron del partido.

Empatía. Sánchez de Lozada supo “enamorar” al país e incluso a intelectuales de la izquierda, describe Brockmann. Las disidencias fueron, otra vez, “tibias” y originadas en el seno del emenerrismo histórico.

Había un contexto nacional e internacional favorable. “Todos estaban aplicando políticas neoliberales y el trauma por la hiperinflación perduraba, a eso se suma el carisma de Goni, por todo lo que no hubieron grandes diferencias entre sus copartidarios”.

Más adelante, en el segundo gobierno de Hugo Banzer Suárez, esta vez democrático, la pugna generacional entre los llamados “dinosaurios” (la vieja guardia banzerista) y los “pitufos” (liderada por tecnócratas a la cabeza de Tuto Quiroga) marcó las disputas internas, recuerda Argirakis. “Este conflicto fue muy duro y fue público, una vez más se buscaba mayor participación interna frente al liderazgo de Banzer”.

El segundo gobierno de Sánchez de Lozada marca el desbande total que coincide con la derrota del sistema de partidos. “La disidencia de Carlos Mesa respecto del Gobierno provocó el inicio del derrumbe estatal”, interpreta para ese caso específico Argirakis.

En 2002, San Martín, diputado del MNR, en una lectura de la crisis social y política, ya recogía la propuesta de una Asamblea Constitu-yente y un referéndum por el gas. Así, se aproximó a sectores emergentes como el MAS, lo que fue visto como una traición por parte del MNR. Fue su alejamiento definitivo de su partido.

Entonces, el Estado estaba en crisis, pues se “demandaba una expansión de la democracia”. No obstante, ésta fue una disidencia “pragmática”, pues la verdadera disidencia “estaba en las calles”, dice la politóloga.

“Tal vez”, la controversia de ese tipo más sonada de la democracia fue el “paso al costado de Mesa”, ensaya Cárdenas. “Le costó mucho aceptar que pueda ser presidente, pues consultó a sectores sociales y a la comunidad internacional si lo iban a apoyar”.

Luego salieron abruptamente del Gobierno el MIR y Nueva Fuerza Republicana (NFR), el tercer aliado. Sánchez de Lozada se quedó solo. “Cuando realmente empecé a pensar como presidente fue cuando Manfred Reyes Villa, a las 10.00 del viernes 17 (octubre de 2003), expresó que rompía con el Gobierno”, recordaba Mesa en una entrevista anterior con Animal Político.

Si bien no tenía correligionarios (no era militante del MNR), Mesa contaba con cierto respaldo en el Congreso Nacional. Sin embargo, ese apoyo fue desvaneciéndose, aunque un grupo de diputados, “sobre todo del MIR”, liderados por San Martín, se zafaron de los enemigos del Presidente de la República y encaminaron la modificación constitucional para un llamado a la Asamblea Constituyente y al referéndum por el gas. Esta decisión le dio aire al Gobierno.

La historia de la política está plagada de controversias y disidencias. Lo raro sería lo contrario, dice Brockmann, en coincidencia con Cárdenas. Argirakis afirma que la democracia se expande, aunque no privativamente, a través de ellas sean o no de tipo partidario. Lo cual deja la pregunta. ¿Se sigue exaltando el caudillismo en contra de la disidencia y el debate interno?

El MAS es el protagonista latente debido a una fisura ocasionada por la disidencia de Delgado. Dependerá de su capacidad de tolerancia sobreponerse a la crisis interna, que, no obstante, es típica en el sistema político boliviano.

‘La lealtad al proceso no es callar’: Rebeca Delgado es diputada del MAS

En la reunión) hemos reconocido errores, hemos revelado también los aciertos y (la cita) ha sido absolutamente plural y horizontal, que esperamos que se fortalezca. Voy a mantener mi posición crítica, voy a mantener esa posibilidad de reflexión y debate, porque la lealtad al proceso de cambio no es callar ni ocultar, sino decir”.

‘Todos los partidos son caudillistas’: Hugo San Martín fue diputado del MNR

Las disidencias principistas tienen que ver con contravenir las líneas férreas que se manejan en esos partidos que hacia afuera hablan mucho de democracia pero no la practican en absoluto, pues todos nuestros partidos son caudillistas. Esto provoca que las voces contrarias sean más oídas afuera que adentro, ya que adentro no son ignoradas.

‘Si no hay disidencias, un partido ha muerto’: Érika Brockmann fue senadora del MIR

Si no existen disidencias en un partido político, eso significa que ese partido ha muerto. Lo importante es que esos desacuerdos sean para debatir políticamente y expandir la democracia, y no sean dispositivos perversos para activar un reparto prebendal. Tenemos que estar dispuestos a que la búsqueda legítima de poder tenga contrapesos.

‘La disidencia verdadera ha estado en las calles’: Helena Argirakis es analista política

La expansión de la democracia no sólo se da por las disidencias porque se ubican automáticamente en lo partidario. Pero hay que reconocer a los movimientos sociales y no monopolizar esa forma de expansión. Las verdaderas disidencias que provocan que la democracia se expanda de fondo siempre han estado en las calles.

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