20 enero 2013

Bajo la efigie del Mariscal Santa Cruz

Los campos de Beauvoir, en la Francia Atlántica, tienen un aire místico. Tierra de luchas entre galos y romanos en tiempos antiguos, desde el 25 de septiembre de 1865 resguardaban los restos del presidente boliviano más ilustre y enigmático del siglo XIX, el Mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana.

Sus códigos civil, penal y de comercio, además de sus ambiciones geopolíticas, expresaron lo que nuestro país nunca debería olvidar: la vocación de ser una potencia regional. Con el tiempo, Bolivia fue olvidando su destino. Pero lo imperdonable para muchos de sus críticos es que Santa Cruz fuera militar y no civil.

El presidente más emblemático del siglo XIX en México, por ejemplo, fue el civil Benito Juárez, con una huella imborrable en un país de una larga tradición militarista. En Argentina, sucedió lo mismo con el civil Domingo Faustino Sarmiento, quien concibió una Argentina abierta al mundo. En Bolivia, quiérase o no, el militar Andrés de Santa Cruz fue el más destacado del siglo XIX. El que fuera militar resultó determinante para que, cien años después de su fallecimiento, sus restos llegaran a nuestro país.

Una comisión

Corría el año 1964 y nuevamente los militares irrumpían con sus botas y rifles en el poder. En 1965, el nuevo régimen presidido por el Gral. René Barrientos Ortuño optó por formar una comisión para que trajera los restos del Mariscal Santa Cruz desde Francia a Bolivia.

El argentino Oscar Oszlak afirma que una de las bases de un gobierno es el uso de la representación simbólica o de un símbolo de la élite política frente a la sociedad. No es de extrañar, por tanto, que la Junta Militar de 1964 resolviera repatriar los restos del Mariscal Santa Cruz para que fueran la representación simbólica de su gobierno, porque los militares buscaban realizar su propia versión castrense de la Revolución del 52, a la que usualmente acusaban de ser “errada políticamente”; el Gral. Alfredo Ovando Candia, por ejemplo, dictó el Decreto Ley 07474 en 1966 para reestructurar –es decir, para volver a crear- la Corporación Minera de Bolivia, el baluarte de la Revolución del 9 de Julio. El sociólogo César Soto también advierte ese paternalismo militar en el agro, con el célebre Pacto Militar-Campesino.

La Junta Militar de 1964 precisaba un símbolo que recordara a los civiles que un proceso exitoso sólo podía surgir en el ámbito castrense. El ministro de Minas y Petróleo de aquel régimen, el Gral. Hugo Suárez Guzmán, llegó a afirmar que “la clase militar era la defensora de los recursos naturales de Bolivia” y puso como ejemplo la nacionalización de la petrolera estadounidense Standard Oil -sobre la cual se crearía Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos-, bajo las premisas de un militar, el Cnel. David Toro.

Honores militares

Para traer los restos del Mariscal Santa Cruz, desde las casi mitológicas praderas francesas hasta el macizo andino boliviano, la Junta Militar conformó una comisión en 1965, a la cual dotó de facultades mediante el Decreto Supremo 07011. Se complementó esta medida con la decisión de que todas las instituciones públicas, en los tres poderes del Estado, tenían en adelante la obligación de exhibir la figura del también denominado Mariscal de Zepita al lado de los libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.

Cuando la mencionada comisión viajó a Francia para gestionar el traslado de los restos de insigne militar y ex presidente boliviano, se encontró con que la talla histórica de Santa Cruz era la de un gigante. Si la historia boliviana lo recuerda como el artífice de la unión política de Perú y Bolivia, en la Confederación Perú-Boliviana, en Francia era evocado como el creador de uno de los proyectos geopolíticos más ambiciosos del continente americano, lo cual le granjeó el respeto y la amistad de Napoleón III, a la sazón emperador de Francia; fueron esos lazos sociales los que hicieron que sus restos mortales no fueran trasladados como era usual, en un ataúd de roble, al cementerio parisino de Pere-Lachaise, la última morada de las celebridades sociales de la Ciudad Luz, sino a la cripta de Versalles, que era el punto de llegada de poderosos políticos, monarcas y militares galos.

La exhumación de los restos del Mariscal Santa Cruz, localizados hasta entonces en una cripta enmarmolada de Versalles, hizo que las más altas autoridades diplomáticas y militares francesas estuvieran presentes en el solemne acto. Los alumnos más destacados del Colegio Militar de Bolivia y los del Liceo Militar Francés de Saint-Cyr, que en tiempos de Napoleón Bonaparte fue la academia castrense más prestigiosa del mundo, tuvieron el honor de portar el féretro del Vencedor de Zepita; simultáneamente, la banda del prestigioso Liceo de Saint-Cyr entonó las notas musicales adecuadas para una ceremonia en la cual los oficiales galos rendían homenaje a uno de sus más distinguidos e históricos asesores militares, que dejaba Francia para retornar a su patria.

Al lado del Palacio

Oszlak también dice que una élite política debe ostentar la representación institucional ante la sociedad. La Junta Militar dispuso, por tanto, que los restos del Mariscal Santa Cruz reposaran al lado izquierdo de la Catedral de La Paz y al derecho del Palacio de Gobierno; es decir, para que el prócer- símbolo estuviera a unos pocos pasos del Palacio Quemado, desde donde los militares ejercían el poder.

La Junta Militar dictó el Decreto Supremo 07417 para que el recinto contara con amparo legal. La Alcaldía de La Paz también emitió la Ordenanza Municipal 35 – 65 para convertir el mausoleo en el principal ícono mortuorio de la ciudad, en plena Catedral Metropolitana, tal como reposan los restos de Napoleón Bonaparte en el palacio de Les Invalides.

Ni la efigie de Santa Cruz ni su tumba impidieron que la llamada “Revolución Nacional de las Fuerzas Armadas”, planteada por la Junta Militar de 1964, cometiera errores políticos que llegaron a su clímax en 1974, con la ruptura del Pacto Militar–Campesino, uno de sus pilares más fuertes. Con tal fracaso, la Revolución del 52 se inscribió en las páginas de la historia como el máximo suceso político, social y económico de la sociedad boliviana en el siglo XX.

Los restos del Mariscal Santa Cruz estaban localizados hasta entonces en una cripta enmarmolada de Versalles.

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